Carta a la muerte


Querida muerte.
Te llevaste todo lo que una vez amé. Segaste almas que deseé vincular a esta tierra, aunque ello conllevara mi propio sacrificio.
Como un invierno especialmente duro, transformaste mi corazón en un páramo desolado, repleto de agujeros que intenté colmar con sustancias que me invitaban a conocerte.
Desde que supe de tu existencia me sentí perseguido, humillado y caducado.
Y, aun así, te deseo más que nunca.
Deseo que me cojas de la mano y me arrastres por el cosmos. Que me lleves a lugares remotos donde la realidad se funde en un torbellino de almas y oscuridad. Deseo conocer tu auténtica naturaleza, comprender tu existencia y sentir por fin la paz que tanto anhelo.
Porque al igual que un amor de verano, te deseo, pero no te comprendo. Te me antojas caprichosa, cruel y fortuita. Atrapas con tu manto de oscuridad con total indiferencia. Sentencias a reyes y plebeyos por igual.
Y yo me pregunto, ¿serás derrotada alguna vez?
Ni los monarcas más ostentosos consiguieron frenar tu llegada, ni los ejércitos más preparados tuvieron una oportunidad contra tu sadismo. Extrajiste la vida de los campos de batalla como un flebotomista especialmente experimentado. Derrocaste imperios con un solo movimiento. ¿Podría ni siquiera un Dios acabar con tu existencia?
Durante mucho tiempo me he creído más capacitado que mis antepasados. Durante mucho tiempo te he estudiado, he aprendido de tu ejecución y he pensado en que quizá, cuando te tuviera frente a mí, yo sería aquel que te hiciera desaparecer. Yo sería esa divinidad capaz de desterrarte.
Pero he descubierto mi auténtica naturaleza y los límites que comporta, y con ello, mis ganas de continuar luchando contra un ser invicto han desaparecido.
Porque si en el momento en el que nací apareciste para marcarme con la fecha de tu llegada, ¿cómo pretendo librarme de semejante maldición?
Ayúdame a encontrar una manera de entenderte. Ayúdame a hacerte mía. Cientos de veces te he reclamado, y aunque muchas veces he estado a las puertas de tu reino, jamás me he atrevido a llamar.
Mi amor por ti se ve reñido por el terror que me supone enfrentarme al vacío eterno al que se sentencia aquel que se desvanece bajo tu influjo. Sólo soy un chico que teme ser confinado a una oscuridad sin fin.
Y pese a mis miedos, mi deseo de paz hace que te busque. Es por eso que cuando me atravieses con tu guadaña y me levantes para dejar que el filo desgarre mi carne, te miraré a las cuencas y sonreiré, abrazando el dolor, y comprendiendo por fin que, aunque lleves la crueldad por bandera, portas la bendición de la libertad a aquel que tocas con tu ruina.

No hay comentarios:

Publicar un comentario